En muchas intervenciones de terapia sistémico familiar me encuentro un “vacío” de comunicación entre padres e hijos que se va incrementando con el tiempo.

Esto no sucede de un día para otro, sino que se va gestando por muchas razones. Una de ellas es lo que yo llamo “la comunicación croqueta”.

Las jornadas tan extensas que tenemos a diario hacen que, casi todos los miembros del conjunto familiar, lleguemos a casa tarde y sigamos corriendo porque aún quedan muchas cosas por hacer. En el momento de preparar la cena, de freír las croquetas, ocurre que preguntamos cosas del día a nuestros hijos, ocurre que nos cuentan esas cosas, ocurre que ni nos miramos al hablar, ocurre que no nos escuchamos, ocurre que se crean malentendidos y una sensación de falta de entendimiento; de preguntar cosas que ya han sido respondidas y de responder a preguntas no realizadas. Ocurre que estamos en varias cosas a la vez.

Es fundamental no perder la base de la higiene de la comunicación como conjunto de prácticas y cuidados que aplicamos para mantener una interacción clara, respetuosa y efectiva. Implica escuchar activamente, prestar atención, mirarnos, captar lo que el otro nos está diciendo y quiere decirnos, un uso adecuado del lenguaje, una regulación de las emociones y un respeto por el espacio del otro, si no genera confusión y frustración.

Cuidar todo esto es prioritario para mantener relaciones saludables, desde el entendimiento y el respeto mutuo que son los pilares que sostienen el diálogo. Si las palabras que utilizamos son frías y apresuradas, nunca llegamos a un buen punto de comunicación. El diálogo queda vacío sin el calor que lo hace significativo. Todo se detiene, no hay chispa, no hay interacción, aparece la decepción y, encima se nos queman las croquetas

Por: Valle Álvarez Manzano